Los domingos son raros

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Los domingos son raros

Tampoco estoy descubriendo la pólvora al decirlo, pero los domingos son raros. Plácido, sin ir más lejos, es un señor que parece que te va a dar un berrido extemporáneo en cualquier momento (por cierto, a vosotros también os pasa que siempre que véis a un tenor os lo imagináis expeliendo una ventosidad ¿verdad?)
Los domingos como día de la semana lo tienen todo para triunfar, pero les pasa como a esos actores de Hollywood que al principio molan pero se acaban por hacer insoportables.
El último día de la semana va cambiando durante nuestro ciclo vital. Según nuestra edad se van produciendo diferentes interacciones que transforman completamente la naturaleza de esas 24 horas.

El domingo de los bebés

En los primeros meses de vida, el domingo es un día magnífico para dormir, comer y cagar.

En realidad forma parte de esa rutina, ese continuo que podríamos llamar el DCC. Es cierto que hay un factor molesto para ellos como es que se multiplican las posibilidades de ser lanzados al vacío por algún pariente desocupado, por eso bajan sus pulsaciones de forma consciente y entran en un periodo voluntario de latencia.

Algún día tendríamos que hablar de esa costumbre tan extendida de lanzar los bebés al aire, nunca entenderé por qué nos parece cojonudo agarrar a la prole (propia y ajena) y jugar al baloncesto con ella. Lo más grave es que todo esto se produce con la anuencia de los progenitores, que hasta ríen la gracia.
Estoy seguro que si llega el hermano medio bobo de tu mujer y tira por los aires tu IPad tenéis una bronca de las que salen en los periódicos, pero eyectan verticalmente a tu vástago y no sueltas ni la cervecita.

El domingo de los niños

Comes mucho, te haces fuerte y adquieres una masa lo suficientemente considerable para no ser vapuleado por tu tío Joaquín.
En el colegio te dedicas a pintar y a recortar con tijeras sin punta durante ocho interminables horas, sales a las cinco de la tarde, haces judo, esgrima, vas a clases de inglés, solfeo y por fin llegas a casa.

Para cuando acabas el puto cenicero hecho con macarrones para el día del padre ya son casi las nueve de la madrugada y te acuestas agotado mientras te preguntas: ¿qué estoy haciendo con mi vida?

Entonces llega el domingo y, francamente, no mejora. Los domingos son los días de cobro de los infantes así que tienen que ir a casa de los abuelos o de los tíos y desplegar de forma convincente todo el repertorio de monerías y cucadas. Desde cantar la canción de la araña pequeñita a decir “aúpa Atlethic” al tío Iñaki y “Visca el Barça” a Gerard, el novio de la tía Pili. Los niños son muy chaqueteros.
Si todo va bien te haces con una cantidad de monedas suficiente para pasar la semana, las guardas y piensas: “me empiezo a hacer viejo para este trabajo”

El domingo de los adolescentes

Eso no existe, es el periodo de recuperación del sueño entre la fiesta del sábado y el lunes.

De los 14 a los 20, los domingos se pierden en una nebulosa de sonidos de aspiradora, ruidos de persianas, no sé qué de una pensión que te gritaba una voz familiar, aroma de paella y dolor de cabeza.
Hay algunos adolescentes que madrugan para hacer deporte o ir a misa, me consta, pero me siento tan incapacitado para hablar de ellos como de los billetes de 500: todo por referencias.

El domingo de los adultos

Aquí se desmadra todo, no hay un único patrón. Algunos siguen pasando resacas en la cama, otros pasan resacas llevando a los niños al parque y luego está la resaca dominical de algunos adultos que transcurre en un atasco en la A1 camino de casa de los suegros.
Tradicionalmente el domingo es un día muy familiar, se reúne uno en casa de los padres/suegros para tirar niños por los aires, deshacerse de la calderilla y comer paella. También en casa de los suegros se discute de fútbol y se duerme en el sofá para luego decir eso de: “cariño, vamos saliendo que mañana hay que madrugar” y volver a casa escuchando Carrusel Deportivo o cualquier otra mierda similar.

El domingo de los abuelos

Es una mezcla de todos los demás: comes, duermes y cagas, haces tus numeritos y cucadas (lo de robar la nariz a un niño sigue funcionando como el primer día), vuelves a dormir, comes paella discutiendo por el fútbol, te duermes en el sofá y luego te vas a dormir con Carrusel Deportivo o cualquier otra mierda similar.

Concluyendo

Los domingos me gustan por comer paella, dormir en el sofá, tocar los cojones a los cuñados y el fútbol.
Los domingos no me gustan por la gente vestida con chandal, los ciclistas gordos en las carreteras, los cuñados que te tocan los huevos y la sensación de estar sepultado en curro a partir del día siguiente.

By | 2014-09-28T12:39:58+00:00 septiembre 28th, 2014|

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