Los hoteles: virtudes y tocadas de cojones

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Los hoteles: virtudes y tocadas de cojones

Viajar es vivir, abrir la mente, subir escaleras y cuestas, maravillarte ante cosas cotidianas (“fíjate en ese Corte Inglés”) y tratar de encontrar el equivalente a la Gran Vía o la Plaza Mayor en todas las ciudades del mundo.

Viajar implica también alojarse en algún sitio. Un lugar para dejar la maleta, dormir y cargar el móvil. Hay varios tipos de alojamiento: los acoplaos en casa de alguien, los infraalojamientos tipo comuna o también llamados campings y los hoteles.

A mi no me gusta dormir en sofás ni ducharme con alegres franceses que me enseñan sus genitales con despreocupación. Yo soy de dormir en una cama y tener una ducha propia en la que los genitales entran de modo no concurrente.

Los hoteles tampoco son la panacea, todo sea dicho, así que podemos hacer una lista rápida de virtudes y tocadas de cojones.

Virtudes

Puedes dejar la habitación hecha una puta mierda, al nivel de la gira del 77 de los Sex Pistols. Cuando vuelves la cama está hecha, los apliques de las lámparas han recuperado su esplendor, han limpiado las manchas de sangre, se han llevado las cajas de pizza y han tirado los cadáveres al río.

La cama es un ring de boxeo en la que caben cómodamente dos personas con sus respectivas familias, las mascotas, un Seat Ibiza, una rotonda, una tienda de congelados La Sirena y un asentamiento de aborígenes de Guinea – Nueva Papúa.

El servicio de habitaciones. Creo que no lo he usado en mi puta vida, pero te otorga una sensación de poder acojonante el poder pedir comida por teléfono (visto así no parece para tanto).

El pedir que te despierten a una hora. Joder, ¡eso sí que es el colmo del lujo! Parece una prebenda sacada de tiempos pretéritos en los que los ricos llevaban monóculos, tenían bigotes retorcidos y montaban en unas bicicletas ridículas. Tienes un smartphone que sirve para hackear la NASA y, sin embargo, llamas por un teléfono fijo a un señor con gafas para que te despierte. Eso si es PODER.

Tocadas de cojones

Sí andas descalzo no estás nada convencido de lo que estás haciendo. No puedes evitar pensar en que estás poniendo los pies donde otro lo hizo antes. Esto es extrapolable, de modo corregido y aumentado, a las sábanas, el retrete y la ducha.

La cama. A veces es muy grande pero dura como los abdominales de Elsa Pataky, o demasiado blanda, como los abdominales de Mariano Rajoy (yo soy más de cama dura y de Elsa Pataky, si se puede elegir). Hay gente que dice que al viajar echa de menos su cama, yo echo de menos la nevera.

El wifi. Tienes que pedir una clave que en algunos sitios cambian a diario. Para ello hay que ir a la recepción, identificarse con el número de habitación y luego ya, te puedes conectar a 56k.

Los putos ruidos. Portazos, llantos, carreras para coger sitio en el desayuno, niños, niños, niños… El día que exista el Eremita’s Inn viajaré siempre a esa cadena, aunque sólo tenga establecimientos en Alcorcón y L’Hospitalet.

El minibar. De hoteles y de avionetas Cessna puede que no sepa tanto, pero de bares sé un cojón y eso, mi querido amigo, no es un bar. Decir que una neverita cutre es un bar, es como decir que una bolsa de Risketos es la cena de Nochebuena. No engañéis a la gente, por favor. Los bares tienen camareros, cabezas de gamba, palilleros de plástico y taburetes.

By | 2014-08-25T12:58:39+00:00 agosto 21st, 2014|

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Bender mola, Mazinger también, pero el resto de los robots... Por favor, mete el codigo para comentar *